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CARTAS AL DIRECTOR

Francklin y Vicky

Anoche conocí a Francklin y a Vicky. Estaba en una gasolinera de esas que tienen una tienda abierta las 24 horas. Al fondo, un hombre estaba dando una paliza a una mujer. Todos los presentes hicimos como que no veíamos, pero en esto la mujer corrió hacia nosotros e intentó guarecerse de los golpes detrás. Todos se escabulleron, salvo un amigo y yo, que quedamos en medio, bien a nuestro pesar. El hombre llevaba colgado un enorme crucifijo de oro y un sombrero de cuero marrón. Ella calzaba una especie de chanclas y tenía el terror en los ojos.

Aunque los golpes y las patadas continuaron, conseguimos entablar una especie de diálogo. A duras penas, Francklin, el agresor, dio a entender que Vicky le engañaba con otro hombre. Ella gemía y decía que ya no quería estar con él.

No les había dicho que Francklin y Vicky son africanos. Propusimos a la chica llamar a la policía, pero ella nos rogó que no lo hiciéramos: no tengo documentación, aseguró.

En medio de la discusión, Francklin cogió su coche y se largó. Vicky nos suplicó que la acompañáramos a su casa, temía que su novio la estuviera esperando. Efectivamente, allí estaba. Frente a aquel portal, Francklin alternó llantinas de amante despechado con brutales agresiones delante de nuestro propio miedo. No obstante, Vicky insistió en no llamar a la policía, prefirió quedarse con él. Mi amigo y yo, un par de cobardes, nos fuimos muy aliviados y con el sabor amargo de la inutilidad en la boca.

Me pregunto qué pensará el señor Mayor Oreja de todo esto.-

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 25 de enero de 2001