El inicio de un nuevo año, de un nuevo milenio, siempre aparece acompañado de buenas intenciones y deseos, que no siempren se cumplen. En este inicio de siglo XXI, no creemos que debamos resignarnos y asumir cabizbajos, como si de algo infinito e terminable se tratara, la actual situación sociopolítica de Euskal Herria. Aparecemos empecinados en mostrar nuestras diferencias, singularizando el dolor y el sufrimiento según a qué grupo afecte. Muchas personas parecen encerrar tras su 'lúcido análisis político de la situación' una especie de idiotez moral que muestra indiferencia ante la tragedia de aquel que no pertenece a su grupo.
El drama y el fracaso de la sociedad vasca y el Estado español radica en la imposibilidad de encauzar un conflicto, elemento esencial en el progreso y profundización de cualquier democracia, por unas vías que no conlleven violencia y represión. Todos los muertos, tanto el que muere asesinado como el que fallece colocando una bomba, más allá de una lectura política, deben hacernos reflexionar ante la tragedia humana que supone, porque tenemos un compromiso con nuestra sociedad y con el futuro y porque pensamos que hay muchas cosas que cambiar. Todos tenemos derecho a la vida. Distensión y dialogo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 27 de enero de 2001