Las Palmas tuvo en su mano la oportunidad de endosar al Alavés su quinta derrota consecutiva y mandarlo al diván para lo que queda de Liga. Sin embargo, Oulare desperdició un penalti que marcó el principio del fin de la racha canaria (llevaba cuatro jornadas invicto) y el despertar del Alavés.
En Mendizorroza imperó la ley del péndulo. Primero, el equipo de Kresic se apropió del juego aprovechando los muchos nervios e inseguridades de los alavesistas. Los minutos se sucedieron y el cuadro canario se difuminó, víctima de su propia frustración y, sobre todo, del desgaste físico. El partido se puso a tiro de las individualidades, de jugadores con genio. Fue el turno de Javi Moreno, que primero animó a su alicaído equipo y luego selló el triunfo con un gol de cabeza.
El Alavés no sólo se levantó. Extrañamente, se quitó los miedos y terminó el partido crecido. Al equipo canario no le quedó resuello ni ambición. Había perdido el tren mucho antes, en un penalti contraproducente.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 29 de enero de 2001