MIQUEL ALBEROLA
El PP quiere crear una nueva plaza de cronista municipal de Alicante para apartar a Enrique Cerdán Tato de un cargo que le concedió el ex alcalde socialista Ángel Luna, aunque quizá continúe siendo cronista oficial, menester que ocupa desde 1987 gracias al primer alcalde de la democracia en la ciudad, José Luis Lassaletta, y al que ahora el PP imprime carácter honorario (que es como se designa a la mortaja en política). Puede que al PP le asista el derecho -incluso el deber- y además trate de compensar el esfuerzo realizado en su 'viaje al centro' con la incorporación de tres ex socialistas alicantinos al segundo escalafón del Consell. Pero el estilo de hechos consumados empleado por el alcalde del PP, Luis Díaz Alperi, para resolver este asunto, a la vez que un insistente coro de serafines daba pábulo a la descalificación pública de Cerdán Tato, resulta abyecto. No es la primera vez que Cerdán Tato sufre el acoso del PP en la figura del cronista. Se trata de un proceso que hace unos años parece que mandó parar el mismo José María Aznar en bañador desde Oropesa. Ahora, acaso con el telón de fondo de la crisis abierta entre el Consell y una Síndic de Greuges que no es de los suyos y que por tanto no reconoce, vuelve a la palestra. A ningún poder le gusta cobijar en las instituciones que ocupa a tipos libres que no piensan renunciar a ejercer el derecho a la opinión. Éste ha sido el inconveniente de Enrique Cerdán Tato. Si se hubiese quedado mudo acicalándose el laurel del Premi de les Lletres, le habrían pasado la mano por el lomo a menudo, lo hubiesen invitado a canapés en todos los besamanos oficiales e incluso se hubiese sentado en un sofá blanco en el Palau de la Generalitat, pero jamás se habría atrevido a mirarse en el espejo. Cuando uno ha sido perseguido por la dictadura, sometido al Tribunal de Orden Público o ha aguantado esposado el cañón de la pistola de Billy el Niño en la sien, el acoso liberal de Eduardo Zaplana, que es el verdadero alcalde de Alicante, es una insignia de mayor valor que cualquier cargo de cronista municipal u oficial. Después de todo, lo importante es mantener una buena relación con el espejo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 3 de febrero de 2001