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COLUMNA

Vecinos

Una paradoja de la actual vida urbana es que las gentes se cruzan mucho entre sí pero raramente se enlazan. A pesar de la cantidad de ciudadanos que pululan en una gran urbe, los jóvenes suelen emparejarse con los compañeros de la clase, los amigos de los hermanos o los demás empleados del trabajo. El sueño cinematográfico de llegar a casarse con un absoluto desconocido ha decrecido en la época de la globalización. Los otros suelen ser demasiado raros como para atreverse con ellos o demasiado recelosos para aceptarnos sin más.

Contra todos estos inconvenientes, no obstante, ha trabajado el Instituto Tecnológico de Massachusetts, y recientemente en París, con motivo de un salón referido a Internet (Internet World), ha presentado una batería de chismes destinados a resolver parte de nuestros problemas de aislamiento. Uno de los artefactos es una chapa, un broche engalanado con chips, capaz de ofrecer varios servicios. Uno, elemental, consiste en registrar las constantes de nuestro organismo: la presión arterial, el número de pulsaciones, la temperatura, el correcto funcionamiento de los pulmones o los riñones, la tasa de colesterol y de azúcar en sangre. Estos datos los capta el ingenio y los transmite para conocimiento de uno mismo o también, si se quiere, para ilustración del prójimo. Así, toda persona que dispusiera de una chapa parecida podría hacerse cargo de nuestra salud tal como si leyera un instantáneo parte médico. Y recíprocamente.

Con ello, los peatones anónimos habrían eliminado las primeras y corrientes aprensiones sobre el cuerpo del forastero. Pero hay más. La llamada Charmed Technology del Instituto Tecnológico de Massachusetts permite agregar a la chapa precisiones sobre la respectiva identidad, gustos, repulsiones, caprichos, actitud ante el trabajo y el amor, deseo o no de establecer contactos y con qué fines. En suma, de golpe, la ciudad hostil puede transformarse en un bullicioso y chafardero vecindario donde a cada sujeto cabría vocear su condición y escuchar la ajena. ¿El fin, pues, de la incomunicación moderna? ¿La muerte de la muchedumbre solitaria? ¿La cima de la sociedad del espectáculo? ¿La apoteosis de la publicidad?

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 3 de febrero de 2001