En la Facultad de Letras de la Complutense, en los primeros años setenta, periódicamente tomada por la policía, que se desasnaba por los pasillos e incluso en las aulas, había un viejo profesor que hacía en su despacho castillos de naipes con las papeletas de los orígenes del español, con las etimologías y parentescos de aquellas palabras que servían por igual a estudiantes en huelga o a grises en acción. Y estando con sus castillos de naipes, navegando por el pasado de la lengua, llamaba a la puerta con ardor juvenil, que amenazaba con tirar abajo los naipes de los vocablos, un grupo de estudiantes, y don Rafael Lapesa, al verlos asomar, protegía con su frágil estructura su torre de Babel, sus papeletas, y sin querer saber más, convencido, levantaba la cabeza: 'Dónde hay que firmar'. Rafael Lapesa, filólogo, señor del castillo de las palabras, fue de aquellos que, en la modestia de sus fuerzas, supo preservar la llama de la ética y del compromiso humano en un siglo XX especialmente convulso.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 5 de febrero de 2001