A pesar de todo lo bueno que tenemos en nuestro cine, no acierto a comprender cómo los guionistas y directores de la ceremonia de los Premios Goya se empeñan en repetir la misma rutina de cada año, imitando el montaje americano de los Oscar, pero con diálogos penosos, aburridos y sin ningún atisbo de gracia, originalidad ni ritmo. Añoro la ocasión en que Rosa María Sardá presentó una de las ceremonias más originales. ¿Por qué no volver a contar con gente como ella o como el Gran Wyoming, para no seguir haciendo el ridículo?-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 8 de febrero de 2001