Una amiga me ha regalado la nueva novela de John le Carré, The Constant Gardener, que todavía no se ha editado en España, y que explora el lado oscuro del capitalismo sin rostro (pero con culpables) que aflige a los países en vías de desarrollo. Parte de la acción transcurre en Kenia, en África, en el continente del que proceden gran parte de los inmigrantes que llegan a nuestras costas, muchas veces para morir, muchas otras para convertirse en fantasmas sin documentación que vagan por las patrias de sus antiguos colonizadores.
La novela narra la investigación del oscuro asesinato de una joven que llegó demasiado lejos en el conocimiento de la aplicación práctica e implacable, sobre el terreno, de ese lado oscuro de la explotación. Un párrafo del libro me ha conmovido especialmente, en estos días de encierros y pateras: 'Tessa distinguía absolutamente entre dolor observado y dolor compartido. Dolor observado es el dolor periodístico. El dolor diplomático. Es el dolor de la televisión, que acaba tan pronto como desconectamos. Para ella, quienes contemplan el sufrimiento y no hacen nada para remediarlo eran sólo un poco mejores que aquellos que lo infligen. Eran los malos samaritanos'.
La culpabilización de quienes tratan de hacer algo, de compartir la tragedia, de ayudar a los que sufren, es, de entre todas las formas de mirar y no hacer, la más rastrera estratagema para conseguir que el dolor no duela. La solución policial, la aspiración de reforma de la Carta de Refugiados de Naciones Unidas, la propuesta de identificar grupos de 'países seguros' a cuyos ciudadanos se les denegará automáticamente el asilo y asegurará mecanismos para la repatriación forzosa y fulminante..., todo eso me parece, si permiten que parafrasee con toda modestia a Le Carré, la reacción de los Gobiernos ante su particular forma de sentir el dolor ajeno: les duele en los presupuestos y en su concepción del orden público. En sus relaciones internacionales con esos 'países seguros' y sus corruptos gobernantes, con los cuales negocian y pactan, transan y transigen.
Entre tanto, nosotros seremos sólo testigos impotentes, reducidos a actuar como malos samaritanos ante el verdadero dolor.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 8 de febrero de 2001