Eras un jornalero del campo de la Andalucía de los años sesenta, sin estudios, sin futuro y nulas oportunidades de mejora para ti y tu familia. Decidiste, como tantos otros, el camino de la emigración en busca de un porvenir mejor para todos nosotros.
No había a tu llegada a Holanda una Ley de Extranjería tan restrictiva ni tan nefasta como la que nosotros ofrecemos a los inmigrantes que vienen a España en estos tiempos, tan distintos a los de tu época.
Gracias, Holanda, por dar a mi padre la oportunidad que mi país le negaba; le ofrecisteis un trabajo y un sueldo digno, y todo eso gracias a que no teníais una Ley de Extranjería que empujase a mi padre a la marginación, a la desesperación y quizás a la delincuencia.
Gracias, padre, por tu coraje y tesón, que nos sacó de la miseria a la que aquel 'tirano' (Francisco Franco, para más señas) condenó a nuestra tierra. Cuando veo a los inmigrantes que vienen a España, te veo a ti; en sus caras veo la tuya, y no puedo dejar de pensar en sus hijos, esposas y padres, que, al igual que nosotros, sentirán la falta del padre, esposo e hijo.
Gracias mil veces, padre; con tu esfuerzo y valentía en ese país de acogida, nos has dado una calidad de vida que nos fue negada en nuestra propia tierra.
Por todo esto, gracias, padre; gracias, Holanda.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 10 de febrero de 2001