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OPINIÓN DEL LECTOR

Yo me acuso

Perdonadme, hermanos, pues he pecado. Porque les llamé tramposos a cuenta de su ejemplar conducta en materia de debate periodístico (EL PAÍS, 2-2-01), Nicolás Sánchez Durá (aquí mismo, 8-2-01) y Juan Lagardera (Levante, 9-2-01) me califican de brutal, insano, insultante, necio, ignorante, mentiroso, mísero, umbilical (sic) y bilioso. Me acuso, primero, de no haber podido (ni querido) estar a la altura de tales árbitros de la elegancia. Me acuso, en segundo lugar, de no dominar suficientemente el castellano. Jean (Daniel) Lagardera no ha logrado comprender ni xufa de lo que escribí a propósito de historia y nacionalismo, mientras que Sánchez Durá ha creído entender que la expresión 'conjura de necios' (de tan evidente raíz novelística) procede de algún párrafo de su docta obra. Aún queda lo más grave: siendo la amistad una de las más nobles pasiones humanas, me acuso de haber introducido una ligera discrepancia entre Sánchez Durá (que afirma que lo que expuse no tiene fundamento y es 'la más absoluta nada') y Lagardera, quien, tras darle muchas vueltas, admite en lo sustancial mi versión de los hechos. Para remediar el daño causado y reconstruir la armonía entre el filósofo Ortega y el periodista Gasset, me ofrezco humildemente a facilitarles (a ellos y al director de Levante-EMV) toda clase de pruebas de lo que efectivamente pasó, conservadas, como están, en el registro de correo electrónico de la UVEG.

En fin (cumplidos examen de conciencia, dolor de los pecados, confesión pública y propósito de enmienda: no volveré a sugerir que hacen, no ya trampas, sino el ridículo), me impongo como penitencia asistir a cuanto curso de ética periodística imparta Lagardera y leer la obra completa (pasada y futura) de Sánchez Durá. Mortificación (quizá demasiado cruel) que cumpliré con gusto, no sin añadir que la supresión de los nombres de periodista y diario me fue sugerida por la redacción de EL PAÍS.

Debían llevar razón los curas de mi infancia. No hay nada como una buena confesión: reconcilia con el prójimo y, sobre todo, alivia el espíritu.-

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 14 de febrero de 2001