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VISTO / OÍDO

El hombre que llora

Cualquiera diría que este hombre que llora ante la televisión es un imbécil. Es el diputado socialista cuya voz pidiendo que los moros se fueran a Marruecos, que es donde tienen que estar, captaron unos micrófonos. Se culpó a uno del PP, se aclara la verdad, el tío llora. Tiene razones: lo que dijo; el daño a uno que se había callado lo mismo, el perjuicio a su partido, tan blanducho y equívoco, y la más importante, que teme por su carrera. Por mí ya la habría perdido.

Tendrá una profesión y quizá en ella pueda tener talento. El problema de la imbecilidad es consecuencia de hallarse en una situación imbécil, y les pasa hasta a los premios Nobel, a los Cervantes y a los que despotrican porque el Cervantes no se lo han dado a ellos.

Oí aclaraciones, llantos, los insultos con que los otros se lanzaron sobre el hombre que lloraba; yo iba en un coche y mi compañero de viaje subió la radio para que no pudiera escapar a esta escena terrible, idiota y españolísima. '¡Era un socialista!', gritaba regocijado. Su odio a los socialistas era como el que tenía a los inmigrantes. No tenía razón: los inmigrantes son mejores, porque les purifica la desgracia enorme y la persecución de todos. Él discrepaba. Los inmigrantes, explicaba, vienen a España porque son delincuentes en sus países, y allí los persigue la policía por ladrones y asesinos; pero como aquí tienen inmunidad porque la policía no les hace nada, roban y matan. He aquí, me dije, a un imbécil; esto es un hombre de talento en una situación imbécil.

Moros y socialistas le parecían iguales porque los socialistas robaron cuando pudieron. Me dijo que Felipe debía haber reunido una fortuna inmensa, y yo me atreví a decirle que no, que era un hombre decente y honrado, aunque no deje de acordarme de que cobra un sueldo de diputado y no acude jamás a su escaño. Como si yo cobrara las pesetillas por hacer esta columna sin escribirla. Pero ésta es una empresa privada, y no tendría consideraciones. Tampoco soy un personaje histórico. Y así llegamos a la calle de la Bolsa, para que yo pudiera ir al teatro Albéniz. No podíamos llegar por Sol: manifestación de funcionarios esquilmados. Mi compañero de viaje también los odiaba: quieren hacerse ricos a costa de los que pagamos impuestos. Y cargarse el presupuesto de Aznar, el salvador, para que nos echen de la UE. Y es que son los sindicatos, añadió, los que no quieren a España. Me fui, y aún se oían en la radio las palabras del hombre que llora, que la Cope repetía.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 17 de febrero de 2001