En Palestina se está desarrollando una guerra en la que las víctimas son la totalidad del pueblo palestino y el artífice de la misma es el aparato gubernamental israelí, sostenido por las fracciones más radicales del pueblo de Israel, capitaneado por un personaje que ha demostrado un meridiano desprecio hacia el respeto a los derechos humanos, como es Ariel Sharon.
Me sorprende (¿o no?) en esta tesitura ver al presidente Aznar reclamando a israelíes y palestinos que pongan orden en sus respectivos territorios: no estamos hablando de dos ejércitos, de dos fuerzas iguales, de dos pueblos con el mismo poder de acción y de ejecución, ni siquiera estamos hablando de dos Estados independientes. Hablamos de un Israel con un enorme poder militar y de una Palestina bajo mínimos en una lucha kamikaze a pedrada limpia, aunque a veces la piedra se convierta en un funesto autobús.
He pasado la frontera de Gaza y he sido testigo de cómo al compañero palestino se le ha realizado un interrogatorio exhaustivo, desmedido, interminable, humillante, en fin, hasta que le dicen venga y entramos en el otro mundo, donde suele haber algún que otro camión cargado de fruta o verdura que se pudre lentamente bajo el tórrido sol del Mediterráneo, y los palestinos siguen bajando en la escala del desarrollo y de la dignidad imprescindible que se merecen todos los pueblos del mundo. Y no pasa nada.
No reclamaría nunca un bombardeo, pero sí una intervención internacional seria y consecuente con lo que está pasando en Palestina e Israel. ¿O qué número de muertos nos vamos a fijar esta vez para poner freno a los desmanes del Gobierno israelí? ¿O acaso la filo-USA de Israel, o viceversa, nos volverá a convertir en cómplices mudos de otra injusticia más?-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 21 de febrero de 2001