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COLUMNA

Miradas ajenas

Las ciudades proyectan su imagen a partir del resultado de una intersección en la que se entrecruzan cómo las ven sus habitantes, cómo las contemplan los forasteros y cómo son en realidad. Rara vez los autóctonos y los turistas reparan en las mismas calles, se muestran sorprendidos por idénticos hábitos, se maravillan ante los mismos edificios o detestan similares defectos. Baste la prueba de pasear por tu ciudad natal como guía de visitantes para confirmar que observamos el espacio urbano de otro modo, que nuestra mirada se contagia del punto de vista de los ojos ajenos. Siempre me ha llamado mucho la atención la actitud de unos amigos lisboetas hacia la capital portuguesa, una ciudad por la que sentimos fascinación todos aquellos que la visitamos. Donde los turistas vemos una bella decadencia, ellos protestan contra la suciedad y el abandono. Allá donde nos asombramos del romanticismo de Lisboa, ellos sólo despotrican contra las incomodidades.

Tierra de paso, Valencia y los valencianos han inspirado desde el calificativo de 'pueblo muelle y blando' del conde-duque de Olivares al desprecio de Unamuno por aquello de 'pobres levantinos ahogados por la estética', pasando por los elogios de escritores tan excelentes y tan dispares como Ernest Hemingway o Antonio Machado, que pasaron temporadas aquí durante los años treinta. Pero, en cualquier caso, los otros siempre aplican una mirada sobre Valencia que sorprende a los propios, acostumbrados a contemplarse en un espejo y a mirarse el ombligo. Desde la distancia de Madrid, de Barcelona o de Sevilla, la capital valenciana aparece desde hace mucho tiempo como una ciudad tolerante, dinámica, en ebullición constante, divertida, innovadora y creativa. En cambio, entre muchos valencianos prevalece la opinión de que su ciudad es cainita, provinciana, hortera, conservadora y vulgar. Probablemente estas definiciones sean cara y cruz de una misma moneda y todas ellas verdaderas. Por eso, el ejercicio más saludable para los indígenas y los forasteros consiste en abrir el foco, dejar que las imágenes más diversas impresionen la retina y conseguir una foto en colores variados. Afortunadamente, la realidad siempre va más allá de los tonos en blanco y negro.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 23 de febrero de 2001