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Integridad humana y política

Siempre pensé que era inmortal. Erecto, lúcido, combativo, cumplía los noventa años la última vez que le vi. Inconforme con los destinos torcidos y las promesas truncas de su patria, Venezuela, la miraba desde la altura de sus nueve décadas de vida sin amargura ni desesperanza, pero con una exigencia enérgica de inteligencia política, cultural, humana, que diese cauce al potencial de trabajo, cultura y libertad de su patria. Nunca cejó en este empeño, que pone en vergüenza a cuantos han convertido a Venezuela en tribuna de demagogias y sepulcro de esperanzas.

La visión venezolana de Uslar Pietri nacía de su visión latinoamericana y ambas se hermanaban en su terco quehacer literario. Me contaba un día cómo, hacia 1930, se detuvieron en el Pont des Arts de París, Uslar, Alejo Carpentier y Miguel Ángel Asturias para hacerse una pregunta: ¿Por qué hemos seguido tan servilmente los modelos literarios europeos? ¿Por qué nos hemos atascado en el realismo y el naturalismo? ¿Vamos a seguir ahora la moda de la vanguardia? ¿Nos hace falta ser surrealistas de importación cuando lo somos de nacimiento? ¿No tenemos temas y maneras narrativas que, siendo universales, son tan nuestras y renovadoras como la leyenda recordada por un chamán maya, por un santero cubano o por un guerrillero venezolano?

De ese encuentro sobre el Sena surgieron El reino de este mundo, Leyendas de Guatemala y Las lanzas coloradas. En un artículo aparecido en El Universal , de Caracas, el 10 de diciembre de 1927, Uslar decía ya: "La vanguardia no es ni individual, ni nacional, es un fenómeno de nuestra cultura que cae sobre todos y que estamos en el deber de ponerle los hombros para que se apoye". Estas palabras de Uslar, tempranamente, nos advirtieron y fortalecieron contra los oscuros impulsos del chovinismo literario, el nacionalismo excluyente y las ridículas satanizaciones contra lo "extranjerizante". Uslar vio a la cultura como un todo universal hecho de aportaciones locales que, todas ellas, eran portadoras de la herencia común de hombres y mujeres de todo el mundo.

Esta generosidad, esta lucidez, es la que se ha ido hoy. Quedan, enhiestas, las lanzas de la literatura y el ejemplo de su integridad humana y política.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 28 de febrero de 2001