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Editorial:

Subvenciones locas

La crisis de las vacas locas no sólo ha provocado una alarma generalizada entre los consumidores: ha puesto en entredicho el sistema productivo de la ganadería europea. El sistema de ayudas públicas de la UE, la famosa política agrícola común (PAC), está en el ojo del huracán de la polémica política.

La PAC está en las bases de la integración europea. Más allá de su sentido político, la UE es un gran mercado, plagado de intereses nacionales. La PAC es uno de los principales. Impulsada por Francia, ha sido utilizada a fondo también por Alemania y por los demás socios, incluido España. Aunque su peso tiende a disminuir, aún supuso el 52,5% de los gastos operativos de la UE en 1999. La PAC tiene un objetivo político esencial: ayudar a mantener el equilibrio territorial, fomentando la actividad económica en las zonas rurales y evitar así la emigración a las ciudades. La posición defendida estos días por Alemania, reclamando una reforma que promueva una ganadería extensiva, es coherente con esos principios. Es un modelo que exige más mano de obra, pero reduce la producción, favoreciendo la necesidad de una población rural y ayudando al mantenimiento de precios altos. La crisis de las vacas locas supone un espaldarazo a esa alternativa.

La cría intensiva de ganado ha acabado por poner en peligro la salud de los consumidores y ha arruinado los mercados cárnicos. Reducir la ganadería a mero negocio ha sido un error. El sistema de ayudas basado en subvenciones a la producción ha empezado ya a cambiar desde hace unos años. Los acuerdos de liberalización comercial han obligado a fijar las ayudas cada vez menos en base a la producción y cada vez más para subvencionar la renta de los agricultores. Esa tendencia se ha de intensificar. La UE no puede mantener un sistema que acaba beneficiando más a los grandes consorcios agroalimentarios que a agricultores y ganaderos, que fomenta una alimentación insegura y que dificulta la entrada de los productos de terceros países.

Europa debe seguir gastando en defensa de su población rural. Sería iluso ignorar las consecuencias de acabar con la ganadería intensiva de la noche a la mañana. Pero el actual modelo ha provocado demasiado daño. La agricultura industrial, que pone la rentabilidad por encima de todo, ha de dejar paso a un sistema de ayudas en el que el reequilibrio territorial sea el verdadero objetivo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 2 de marzo de 2001