La prensa es una de las expresiones más genuinas del pluralismo y la complejidad de la sociedad de Euskadi. En contra de quienes pretenden homogeneidades simplificadoras, en el País Vasco la elección de un determinado periódico no lleva aparejado un voto específico, salvo en el caso de la prensa de partido -Gara (HB) y Deia (PNV)-, cuya subsistencia supone otra peculiaridad-anomalía vasca. En las últimas elecciones autonómicas de octubre de 1998, el 54,6% de los votos fueron a formaciones nacionalistas y el 45,4% restante a partidos no nacionalistas. Sin embargo, desde hace más de una década, sólo el 25,14% de los ejemplares vendidos en los kioskos de Euskadi son de diarios nacionalistas, y algo parecido sucede con la radio y la televisión. Esta asimetría entre el voto y las preferencias a la hora de informarse es uno de los motivos principales de la hostilidad tradicional del nacionalismo hacia los medios que se escapan a su control y que, no casualmente, son los que tienen mayor difusión y credibilidad. Otro motivo, más en clave psicológica, sería que estos medios reflejan una imagen del país y del propio nacionalismo que no concuerda con la de sus ensoñaciones soberanistas.
Pero, aunque comparta un sustrato común con las andanadas verbales disparadas desde el partido de Arzalluz, la campaña terrorista desatada por ETA y sus sucursales de la intimidación contra periodistas y medios de comunicación vascos y del resto de España no es episódica. Por el contrario, la reciente proliferación de ataques y atentados en esta dirección indica que ETA ha convertido a la prensa no afín en un frente abierto y permanente más para sus acciones terroristas. Se trata de la culminación del proceso anunciado con meticulosidad seis años atrás, cuando KAS planteó en su ponencia Txinaurriak (Hormigas) la conveniencia de 'meter la lucha armada' en los medios de comunicación y de ir preparando psicológicamente a la base social de HB para que aceptara sin mayores traumas futuros asesinatos en este ámbito. Esa teorización coincidió con el descubrimiento por otras instancias, como Elkarri, del supuesto papel de los medios como 'agentes' del 'conflicto'.
Se ha dicho que la fijación del mundo de ETA con la prensa obedece a la reacción irracional de romper un espejo en el que no ve reflejada su realidad -'no reconocer la realidad de Euskal Herria' o 'ir contra el proceso' fueron acusaciones repetidas contra los medios no nacionalistas desde las posiciones de Lizarra-. Es una interpretación compasiva. Hay más razones para pensar que con esta ofensiva se pretende lo mismo que con la intimidación y el asesinato de cargos públicos, profesores, policías o empresarios vascos: quebrar la pluralidad y ahogar la libertad en el miedo. En este contexto, resulta desazonador que alguien como Arzalluz equipare supuestos agravios mediáticos con el intento de volar un periódico. O que el nacionalismo llore su inferioridad de medios cuando dispone de los suyos particulares y ha puesto sin remilgos al servicio de su proyecto de 'construcción nacional' a la radio y la televisión pública que pagan todos los vascos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 6 de marzo de 2001