Hay que tener instinto de gladiador o ser un alma cándida para atreverse a saltar al ruedo del jazz latino en tiempos de tumultuosa saturación. La Calle Caliente se ha decidido a hacerlo con absoluto convencimiento de sus posibilidades. Del septeto tira como un titán el bajista barcelonés Miguel Martín, no sólo como responsable de buena parte de los arreglos y de las composiciones, sino como diseñador del concepto global. Le sigue como una piña atómica un plantel internacional de músicos empapados de espíritu caribeño. Da lo mismo dónde hayan nacido; cada uno conoce a fondo el lenguaje musical de la zona y lo habla con elocuencia cabal y acento nativo. En vez de abusar de la socorrida apisonadora polirrítmica de vocación exclusivamente bailable, La Calle Caliente también se acuerda del oído y complementa el fragor percusivo con arreglos medidos y solos vehementes, pero siempre controlados. El resultado es un sutil equilibrio entre fuerza y tacto. En el repertorio se alternan atractivas piezas ajenas, como La negra Tomasa, con refinadas composiciones originales (Dos más uno y Cat dance, entre ellas) de complejidad nada farragosa. No es extraño que el colectivo funcione como un reloj habanero y que las intervenciones individuales contribuyan a que la temperatura nunca baje del umbral de la emoción.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 10 de marzo de 2001