Tal como se ve ahora, esta bella obra de Shakespeare es un ensayo humorístico sobre unas cuantas cosas: el amor, la guerra, el poder. Están sus famosos bufones, los personajes a los que más quiero de su obra; y quizá algunos más, o sea, los personajes que Daumas, director, inclina hacia el humor más que a la pasión; y los lleva incluso a la comicidad, a la farsa. Sin dejar por ello de respetar la fabulosa palabra, que en este caso está traducida por Pujante, famoso especialista en W. S. Se dice de él que es traductor para libro y no para teatro; interpretado, dicho, tiene sin embargo el valor de la belleza literaria de su traducido.
El tema tiene su picardía: los duques enfrentados, la batalla por la corona resuelta con una desvergüenza absoluta de gran autor que pasa por alto las lógicas escénicas (uno de los duques se hace fraile), y el problemilla de la hija de uno enamorada del hijo de otro. Lo cual da lugar a que la hija huya travestida de hombre. En su momento la cosa era más promiscua: la muchacha la representaba -por la ley- un joven; ese actor vestido de mujer que tenía que disfrazarse de hombre que a su vez imita a una mujer para ilustrar al amado lo difícil del amor tenía mas morbo. Al que no debía ser ajeno el propio morbo de W. S. Otras alusiones desaparecen con el tiempo. El bosque de Arden, lugar mítico de leyendas, la mítica Arduenna Silva, que hoy son las Ardenas francesas (notablemente reducidas de tamaño), tenía virtudes mágicas y habitantes misteriosos: se entendía que cuando los personajes se iban a él podrían terminar encontrando la felicidad.
La compañía es buena, encuentro en ella valores especiales como el de Sonia Almarcha, o el de Patricia Ortega Cano en un personaje más cómico que en su origen, en Bosco Solano... Todos hacen que la palabra llegue muy bien al público, con todo su sentido, y cumplen la rapidez impuesta por la dirección (poco más de hora y media para toda la obra, pero los cortes son oportunos); y el público les aplaude y les ríe las gracias. El Bellas Artes, el jueves, estaba prácticamente lleno con una mayoría de señoras que parecían sentirse enteramente felices.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 10 de marzo de 2001