Vuelven a escena estos solos que ya se vieron en la sala Pradillo en versiones ligeramente diferentes, con las variaciones propias que impone el espacio y puede creerse que el criterio del intérprete-creador, pero mientras Carlos Fernández se muestra más seguro y depurado, el segundo monólogo gestual de Alejandro Morata flaquea y aburre. Son los contrastes entre dos posturas muy diferentes ante la expresión contemporánea. Mientras Fernández lucha por la homogeneidad y honestidad de su discurso, Morata quiere impresionar con lugares comunes y excesos seudoteatrales del montón.
En Confesiones... asistimos a un acto que reconoce sus limitaciones y explota a conciencia el gusto por lo concéntrico; en Nadie se acumulan las referencias ajenas y no existe un baile real.
¿Por qué Morata presume de bailarín cuando su registro no alcanza los mínimos exigibles profesionales? Por razones muy diferentes, Fernández desboca con acierto su inspiración hasta llevar al espectador a su terreno en una más que efectiva seducción.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 12 de marzo de 2001