Manuel Ferrol expone en el Círculo de Bellas Artes de Madrid una treintena de fotografías, captadas en La Coruña de posguerra, que nos acercan muy nítidamente al dolor que la emigración causa. Una de estas instantáneas (recogida por EL PAÍS el 1 de marzo de 2001), en la que aparecen padre e hijo mientras caminan llorando, creo que es suficiente para comprender, de una manera directa e impactante, que nadie emigra porque quiere. Si ustedes la contemplan durante un breve momento, pronto desearán aliviar el dolor de esos dos seres humanos. Pues bien, ya no es posible volver a la Estación Marítima de La Coruña de 1957 (lugar y fecha de la fotografía), pero sí es posible aliviar el mismo dolor de miles de iguales que hoy hacen lo que nosotros hicimos ayer: huir de la miseria, buscar algo de prosperidad. No siempre un pueblo tiene la oportunidad de ser generoso, y más raro es todavía que esta generosidad sea imprescindible para su futuro. Seamos, pues, humanos, generosos e inteligentes; esto bastará para solucionar el problema de la emigración, que no es un problema, sino una necesidad de este país, cada vez más viejo.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 13 de marzo de 2001