No tengo ni idea, pero supongo yo que, cuando comenzó a correr la voz de que se había descubierto un Nuevo Mundo al otro lado del Atlántico, los europeos reaccionaron cada uno a su modo. Unos pocos comenzaron a mover los muebles de la imaginación para hacer hueco a los recién llegados. En tanto que la mayoría, siempre perezosa, inerte o poco curiosa, tardó lo suyo en acoger el colosal invento. ¿Cuántos años hubieron de pasar antes de que todos los europeos situaran a la izquierda del Mundo esa masa llamada América? Las sucesivas crisis llevan distinto calibre. No es lo mismo imaginar Croacia que un Nuevo Mundo.
¿Será eso lo que ahora sucede? El desconcierto es similar al que conmovió a los europeos del año 1500. Asoma en el horizonte un Nuevo Mundo, pero esta vez aquí, en nuestra casa. No parece un cambio histórico, sino de era, una metamorfosis que modifica el mapamundi que todos llevamos dibujado en el alma. Dentro de cincuenta años, Europa se asemejará a los EE UU. Será un conjunto de estados federados, pero lo poblarán decenas de lenguas, religiones y hábitos contrapuestos. Y así como en USA hay estados, todavía hoy, en donde los negros procuran no poner los pies, así también en Europa habrá regiones más parecidas a Alabama que a Nueva York.
Es inútil encarar este cataclismo buscando 'soluciones'. No hay solución allí en donde no hay problema. El triunfo del cristianismo sobre el paganismo no fue exactamente un 'problema'. Ni las leyes, ni la política, ni la voluntad de las poblaciones regionales garantizarán la convivencia. Nos esperan las mismas infamias y victorias que han sacudido la historia moderna de los EE UU. Los europeos no son más inteligentes, demócratas o tolerantes que los americanos.
Tampoco la nueva Europa será mejor o peor que la actual. Aunque sí muy inesperada e imprevisible. Por eso sería de gran ayuda que los dirigentes de las zonas prósperas y vigorosas dejaran de imaginar su territorio con los símbolos del viejo mundo y comenzaran a percatarse de que ha comenzado una Segunda Era Moderna. Eso, claro está, si quieren seguir dirigiendo zonas prósperas y vigorosas. Aunque siempre hay quien prefiera dirigir un museo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 14 de marzo de 2001