El planeta es azul. Pero ahora, también el rediseñado anagrama de los bancos, los signos de las compañías electrónicas, los envases de los productos mejor terminados, el máximo ordenador de IBM (Blue Gene), los paquetes del software o los anuncios on line son de color azul. El azul envuelve como una banda acristalada la esfericidad del mundo, se añade como una coloración intáctil a la entidad de las cosas, se junta como su misma vacuidad ideológica a la propaganda del PP. El discurso de la modernidad se alargó desde el negro al rojo, le rouge et le noir, para finalizar en la década de los setenta con la victoria ecológica del verde. Ser verde fue la máxima vanguardia una vez que se hubo marchitado el rojo. Pero ahora, en la posmodernidad, ser verde tampoco significa gran cosa. En lugar de la vistosa naturaleza verdecida o reverdecida, lo que se demanda es la transparencia, las aguas claras, el aire puro, el color azul, que no es un color, sino la suma del agua, del aire o del vacío. 'El azul es una nada encantadora', decía Goethe. Una nada y un encantamiento.
El mundo ha ingresado en una época de extrema ficción. De poco podemos fiarnos y casi todo puede simularse: mediante la realidad virtual, mediante la inteligencia artificial, mediante la publicidad o la política. Los ecuatorianos irregulares aquí debían viajar a Ecuador para fingir que volvían a España regularizados; el plan hidrológico finge reducir el trasvase del Ebro a la mitad para obtener la otra mitad de las aguas que llegan del mismo río; la UEFA finge castigar a Raúl con la suspensión de un partido que de cualquier forma nunca habría jugado. Parece que observemos alguna consistencia y el espesor se finge con una adición de vacíos. El azul es el color por excelencia. El color de Matrix, el color de la policía, la mirada de la autopista o la indiferencia del ordenador. Cuanto más acabado se presenta el mundo, más explorado y global, más azulada se vuelve su apariencia para, a la vez, no dejarnos ver más. Los alemanes dicen ich bin blau cuando han perdido la conciencia de las cosas por efecto del alcohol. Pero los franceses dicen un rotundo je n'y vois que du bleu (no veo más que azul) cuando verdaderamente constatan que no ven nada.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 17 de marzo de 2001