'Echo mucho de menos la alegría que tenían los madrileños hace unos años', cuenta Clara. 'He estado algún tiempo fuera de España y, al volver, veo a la gente como menos humana, obsesionada con los teléfonos móviles, y la ciudad, todavía más hostil. No hay más que zanjas y más zanjas', se queja. 'Madrid no puede perder la gracia de sus gentes', destaca, 'porque eso forma parte de su patrimonio. Además, pese a todo, sigue siendo una ciudad muy bonita', señala.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 22 de marzo de 2001