Somos los menos, pero no pocos, los que aborrecemos la plaga de móviles, undécima tras las famosas diez de Egipto, con alma, vida y corazón. Ver a nuestros congéneres, dondequiera que estemos, colgados día y noche de la telefonía móvil, me parece, si no patético, grotesco desde luego. Pero, con eso y con todo, hete aquí que un día de estos (está de moda) se hunde un edificio en Madrid y sepulta a un fontanero, el cual, cómo no, lleva su móvil. Desde él pide socorro y gracias a él se salva. Razón suficiente, a mi parecer, para bendecir lo que tantos maldecimos.
Éste no es el único invento diariamente aborrecible que, en estado de emergencia y a causa de alguna calamidad accidental, se vuelve venturoso. La convivencia humana sería paradisiaca si todos usáramos nuestros móviles cuando, y sólo cuando, nos hallamos sepultados bajo los escombros de un derrumbe, o en ocasión similar. El buen uso hace milagros.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 22 de marzo de 2001