Lo decía Quevedo en los albores del siglo XVII: 'Todo se vende este día,/ todo el dinero lo iguala'. Han pasado los siglos y han cambiado muy poco las cosas. La tierra, cuando no es un doliente campo de batalla, es un mercado. Se trata de vender, sobre todo después de la caída del muro de Berlín y de la clausura de la era comunista, que ha terminado por ceder el paso a la era consumista.
Habitamos un vasto mercado en donde la mitad del personal quiere venderle algo a la otra mitad. Lo primero es vendernos la moto del mercado, y luego viene todo lo demás. Nuestro país, que ya era una gran tienda, se ha convertido en un hipermercado. De momento, capeamos como Dios nos da a entender el temporal de ofertas y nos abrimos paso a través de la selva de tiendas, teletiendas, videotiendas y puestos de Internet donde se nos ofrece desde un fin de semana en Río de Janeiro hasta un preservativo.
Lo que no nos podíamos imaginar era que hasta lo más corriente, el agua de los grifos y de las fuente públicas, fuese también objeto de comercio. Los italianos han dado el primer paso, como en tantas cosas. Desde esta semana, un decreto permite en Italia embotellar el agua de los grifos y venderla como 'agua de mesa'. Varias multinacionales ya se han interesado por esta nueva fuente de dinero líquido. El agua, que es del sediento, será del que la pague con sus euros contantes y sonantes o su muda tarjeta de crédito. Pablo Neruda le decía al aire: 'Una cosa te pido, no te vendas'. El agua hace ya tiempo que comenzó a venderse y a pasar por el aro de los grifos y de las cañerías, pero lo de los italianos es un paso adelante en la imparable mercantilización de un planeta al que sólo le falta el anagrama de una gran marca registrada sobre la corteza para ser un balón lleno de aire.
Algún día también, a pesar de los versos de Neruda, nos venderán el aire dentro de una botella. Al tiempo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 24 de marzo de 2001