Soy una española de Galicia o una gallega de España. Me nombro así, porque mucho antes de que la política imperialista tomara posesión de dicho término ya existía un territorio englobador de territorios con ese nombre. Así nos conocían y 'así somos', aunque en los spots publicitarios lo demarquen de muy distinto modo. Es curioso, leyendo Tierra quemada en la sección Cartas al Director, me siento discriminada, confusa y ultrajada. Alicia Barba de Madrid expone sus razonamientos en contra de la censura y manipulación que sufrimos con el nuevo método de información de los telediarios. Denuncia con la que estoy totalmente de acuerdo. Aplaudo, también, su premonición acerca del Partido Popular. Resquemor que comparto desde mucho antes de su mayoría absoluta, pero dígame usted a qué viene a cuento el uso de 'ese otro gallego tan ambicioso como aquél'. Será, tal vez, el fruto tradicional de un madrilismo separatista o quizás se trata de un problema genético emocional, que le impide separar las manzanas podridas de las sanas. Supone, acaso, Alicia que ser gallego implica ser fascista o dictador como en otro tiempo significó otras muchas cosas, las cuales se confunden hoy con la mansedumbre. Desconoce, pues, que 'ese gallego' nada bueno hará para Galicia ni para los gallegos, al igual que aquel otro tampoco hizo. Cómo atreverse a denunciar las maniobras políticas del Gobierno actual si no se tiene el conocimiento preciso de la historia política de los territorios que centraliza Madrid. Es difícil que lo entienda si antes no existe la disposición de conocer. Entreveo que su manipulación no viene dada por los telediarios de hoy, sino por otra mucho más profunda que Josep Ramoneda intuye en la 'autonomía sumisa' o en el 'territorio leal'. Craso error, cuando la totalidad de los españoles siguen dando su confianza a un partido político que comete errores a todos los niveles.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 27 de marzo de 2001