'Soy vecina de Princesa, de cerca del lugar donde se derrumbó semanas atrás una casa', dice una señora. 'Tras pasar un tiempo, les telefoneo para decirles que yo veía y conocía al mendigo que resultó muerto y me parece fatal que la gente se alegre mucho de que no hubiera más víctimas y que se considere una desgracia menor que el muerto sea un mendigo. Me siento verdaderamente asqueada. El mendigo que murió no tenía ni novia, ni madre, ni vecinos... Llevaba en la zona varios años y cada semana se percibía cómo se deterioraba su salud; era', añade esta mujer, 'una persona con mucha dignidad y discreción, tenía aspecto de ser forastero y qué pena que fuera a venir a morirse aquí, debajo de unos escombros', se lamenta.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 29 de marzo de 2001