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COLUMNA

Apuestas

Algunos empresarios echan de menos a Unión Valenciana más que sus propios votantes. A menudo lamentan su desaparición del ámbito parlamentario, y sobre todo de las instituciones que ocuparon, y convierten las sobremesas de los reservados de ciertos restaurantes en velatorios donde la aflicción alcanza una gran calidad de destilado. Y no porque el programa de esta organización, que atraviesa horas bajas acaso hacia su extinción total, satisficiera sus necesidades políticas, sino porque le podían sacar mucho jugo empresarial al partido en unas coyunturas en las que decantaba mayorías y tenía la última palabra en las Cortes. Tanto que incluso hubo un empresario de Castellón que en las pasadas elecciones autonómicas pretendió financiar él solito, ante la indignación del resto de jugadores, la campaña de este partido para, llegado el caso, poder engullir toda la torta de un mordisco. A Unión Valenciana tampoco le venía mal esta presión, que alcanza a cualquier organización política con posibilidades en vísperas electorales y que ha llegado a desarrollar recaudadores muy profesionales. Aunque esa correspondencia casi siempre deja la cuneta llena de cadáveres. Ahora se trata de empresarios que han quedado al margen de las contratas públicas, de las privatizaciones de las ITV o del gas, del reparto de Terra Mítica y su anillo, de la obtención de licencias de obra y de otros pasteles que sólo se zampa el selecto y voraz círculo habitual. En cierto modo, la cuña de Unión Valenciana frenaba al PP y propiciaba un reparto que, siendo arbitrario por sistema, podía resultar más equitativo. Pero la mayoría absoluta redujo drásticamente este margen de maniobra. Por eso ahora, a punto de cumplirse el segundo aniversario de su catástrofe en las urnas, añoran a Unión Valenciana. Sin embargo, varios de estos empresarios ya se consuelan mirando hacia el Bloc Nacionalista Valencià, partido que determinados oráculos engordan con su propio eco para reemplazar a Unión Valenciana en aquella situación de bisagra. Han decidido ponerle unas velas y están dispuestos a derramar más lágrimas que su electorado si fuera necesario. Porque en el fondo sólo se trata de un juego.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 31 de marzo de 2001