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CARTAS AL DIRECTOR

Cariacontecidos

Observo a muchos compañeros profesores cariacontecidos con las buenas nuevas que nos trae la Consejería de Educación de Madrid al aumentar el número de días lectivos del curso escolar 2000-2001. Escucho también de algunos compañeros sesudos análisis en los que manejan estadísticas y datos comparativos con otros países europeos.

Lejos de la indignación y de la rabia, y también de la resignación, quiero ofrecer a mis dolientes compañeros el bálsamo de una salutífera reflexión. Quiero mostrarles que ni estamos ante otra agresión injustificada de la Administración -¡oh!, otra vez esa jeremíaca inclinación corporativa a sentirse siempre víctimas- ni hay que oponer a esa agresión ningún fatalismo desalentador para compensar la impotencia de no tomar medidas más radicales de protesta.

Que lo vean de este modo. Estamos ante uno de los más contundentes reconocimientos públicos de la importancia de nuestra labor profesional. Las autoridades educativas confían tanto en nuestro buen hacer que nos brindan en bandeja la oportunidad de demostrar que somos capaces de compensar con nuestra sola presencia en las aulas la falta de ideas e iniciativas de la propia Administración educativa, la misma que confunde una reforma con un catálogo de contenidos o un pesaje de cargas lectivas. Piensan que igualmente fácil nos resultará imponernos a la impotencia y la falta de compromiso de muchas familias que se han rendido ante sus hijos y sólo aspiran a rendir a los profesores.

Nos saben también capaces de arrollar la resistencia activa o pasiva de tantos alumnos que piensan que la educación debía ser leve, dulce o indolora como la vacuna de la polio. Poco importa que esos mismos alumnos nos vean como los guardianes de la mazmorra en la que, por falta de expectativas de futuro y por incapacidad para enfrentarse de manera real, y no virtual, a su presente, se sienten encerrados.

¿Quién dijo miedo? Agradezcamos con nuestra dedicación profesional la generosa confianza de la Administración en nuestra labor docente. Hagamos ostentación en las aulas de nuestra más corpórea presencia física y recobremos el más contagioso entusiasmo mental. Opongamos, como siempre, el optimismo de la voluntad al pesimismo de la inteligencia. Y hagámoslo gratis, para que todos aprecien nuestro interés desinteresado.

¿Y si 12 días no bastasen? Pues sigamos aumentando el calendario escolar, que 12 meses tiene el año y vida no hay más que una, ¿Y si se nos acaban las referencias europeas a efectos de comparación estadística? Pues siempre nos quedará algún consejero, viceconsejero o director general, si es desertor de la tiza y el encerado mucho mejor, que viaje a Japón, vuelva enamorado de su modelo educativo y predique la necesidad de implantarlo aquí. Todos tan felices; al fin y al cabo, ya disfrutamos de la PlayStation.

Y que no se preocupen, que cuando abran los colegios o los institutos, los profes allí estaremos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 2 de abril de 2001