Conociendo la nominación de las mujeres saharauis para el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2001, me veo obligado a hacer de portavoz de los que conocemos su labor silenciosa pero eficaz, y desde este medio promover la concesión definitiva de tal reconocimiento. Su papel en el desarrollo social y promoción cultural de un pueblo sin tierra, de un pueblo olvidado y abandonado, su propia evolución en una sociedad musulmana, las hace dignas merecedoras de tal galardón, y más aún siendo española la fundación que lo promueve.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 5 de abril de 2001