Poderosa y eternamente joven y hermosa. Un sueño que la melancólica emperatriz Elisabeth de Habsburgo, Sisí (1830-1898), convirtió en realidad sin necesidad de magia, pero sí con trucos. Lo demuestra una exposición recién inaugurada en el idílico balneario alpino de Bad Ischl, conocido como el 'museo de fotografía más hermoso del mundo', situado en unos aposentos que Sisí solía usar a modo de casa de té. La consorte del emperador Francisco José contribuyó indirectamente a la evolución de las técnicas de fotografía porque exigió que se manipularan las imágenes de su persona a fin de aparecer siempre perfecta a la vista de sus súbditos. A los 32 años se sintió ya demasiado vieja, empezó a esconderse del público y nunca más posó ante las cámaras por temor a que alguien percibiera sus incipientes arrugas. A falta de otras alternativas, incluso el séquito de fotógrafos de la corte que la acompañaba en sus constantes viajes se vio obligado a usar viejas fotografías de Sisí para ilustrar reportajes de actualidad. En la muestra se advierte cómo se retocaba una sola imagen para producir un sinfín de retratos diferentes de la que había sido una hermosísima mujer. El destino de la mítica emperatriz fue inverso al de Dorian Gray, el personaje del cuento de Oscar Wilde que permanecía inmune al paso del tiempo mientras que lo único que envejecía era su propio retrato.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 9 de abril de 2001