Querido amigo: Deseo de todo corazón que, en este momento, goces de libertad en compañía de tu familia. Cuando te vi, en la portada de los periódicos del sábado, inmediatamente me acordé de la fotografía histórica de un chaval judío: la gorra calada, chaqueta oscura, pantalón corto... y mirada impotente.
Era más o menos de tu edad, camina con los brazos en alto, escoltado por guardias SS a la salida de un gueto. Como a ti, alguien le estaba robando la infancia, es algo tan repetido que logra acostumbrarnos. De repente, la piedra que querías lanzar, por arte de magia de un fotógrafo, impacta en nuestras conciencias y ya formas parte de esa otra Intifada, la de los niños oprimidos del mundo.
Los adultos somos cómodos, necesitamos héroes pequeños que con su sacrificio alerten de que algo está fallando en el mecanismo de la sociedad y que nos deja estupefactos, sin hacer nada.
Parece mentira que unos y otros te consideren un soldado, no porque te falte valor, no tengas la menor duda. Al recordar la humedad en tus pantalones, ni siquiera te ruborices; rojo de vergüenza debería ponerse el mundo entero menos tú: el único valiente.
¡Que Alá te guarde, pero que no te obligue a perder un minuto más de tu infancia!. Afectuosamente.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 9 de abril de 2001