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CRÓNICA

El Slam del Tigre

Woods alcanza la gran gesta de ganar los cuatro grandes del golf de forma consecutiva

Con la misma inevitabilidad con la que pasa el tiempo así se cumplirán los objetivos de Tiger Woods, el deportista para el que las grandes hazañas de la historia no son más que hojas de la agenda. Sí, sí. Esto suena a exageración. Sí. Pero es tan seguro como que a David Duval le tembló el pulso en el green del 18º cuando un birdie de metro y medio le habría dado aún esperanzas de un desempate.

Tan seguro como que Phil Mickelson, el zurdo, siente pavor por los putts de metro y medio cuesta abajo, los desencadenantes de su tristeza ayer. Tan seguro, sobre todo, como que Tiger Woods había escrito en alguna parte que no terminaría este Masters de 2001, el de su segunda chaqueta verde, el de todos los récords, sin una señal de su genio, sin un birdie con estilo que llevara a un trance de jolgorio a los miles de espectadores convocados para este acto histórico, y a su madre y a su padre, uniformados en color burdeos, como su hijo.

Fue un birdie necesario y crucial, unos cinco metros con caída hacia la izquierda y en ligera cuesta abajo, sobre todo porque era innecesario: a Woods le bastaba con el par para ganar el torneo y los 1.008.000 dólares, y la chaqueta. Por eso hizo birdie. Para demostrar quién es quien. Woods, el hombre designado.

Y en aquel momento David Duval, que esperaba en la casa club un imposible bogey de Woods para seguir soñando con un desempate, pudo hacer un rápido repaso de una gran tarde de golf, de sus seis birdies en los nueve primeros hoyos, del Duval que como una bola de fuego sometía a tremenda presión al Tigre.

Y, claro, repasó también la respuesta de Woods: sus sencillos birdies en los pares 5 de la primera vuelta, de su temple para salvar con el putter, su palo ayer, definitivamente, y con los hierros cortos las incorrecciones de su driver; su temple en los momentos clave: ocasiones tuvo seguidas de caer en bogey y dar alas a Duval, y también a su compañero de juego, Mickelson: no cayó en ninguna, más que en el hoyo 12º, el par 3 mal medido en el que mandó la bola al fondo: un bogey al que respondió, cómo es el Tigre, con un chiste a su caddie: "Y encima me decías que le diera más fuerte, ¿eh?".

Un jugador capaz de pensar eso y de decirlo en un momento en que la historia está en juego no podía perder el torneo. Y aunque en el 16º alguno pretendiera creer que al Tigre le temblaban las manos (falló un birdie corto), no fue más que un mal deseo.

La frase ya se ha acuñado y repetido mil veces, como una verdad intangible. "Si Tiger Woods dice que quiere algo, no apueste por que no lo consigue". Cuando en agosto del año pasado embocó el golpe ganador en el tercer hoyo del desempate en le Campeonato de la PGA, ya anunció su objetivo: "Quiero ser el primer jugador de la historia que ostente simultáneamente la victoria en los cuatro grandes. Y para eso tengo que ganar el Masters". Considérese hecho.

Y no lo conseguirá por pura fuerza de voluntad, aunque hay mucho de eso en la forma en que se supera y supera a todos torneo tras torneo, sino porque a ese deseo de perfección le añade una capacidad de autocrítica y una reflexión sobre su trabajo y el golf que no le permitirá nunca dejar de intentar mejorar.

Dicen que ya desde pequeñajo, Tiger Woods, el enorme talento para el golf aguijoneado cotidianamente por un padre insaciable, colocó detrás de la puerta de su dormitorio una lista con todas las hazañas conseguidas en su vida por Jack Nicklaus, hasta entonces el mejor golfista de la historia. Y que con un lapicero Woods iba tachando una tras otra en cuanto las igualaba.

Y también se dice que en 1996, a los 20 años, cuando fue el primer que ganaba tres US Amateur y dejaba ya por detrás al fenómeno Nicklaus, que se había quedado en dos, quitó la lista de la puerta. Su rival, a partir de entonces, sería el tiempo.

Clasificación final:1.Tiger Woods (EE UU), 272 golpes (-16). 2. David Duval (EE UU), 274 (-14). 3. Phil Mickelson (EE UU), 275 (-13)... 10. Miguel Ángel Jiménez, 280 (-8)... 15. José María Olazábal, 281 (-7).

La generación asombrada

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 9 de abril de 2001

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