La venganza, el bíblico 'ojo por ojo y diente por diente', es citada por millones de estadounidenses como la principal razón de su apoyo a la pena de muerte. Los familiares de las víctimas de los crímenes suelen acudir a ejecuciones y efectuar tremendas declaraciones de satisfacción tras ver morir a los condenados. Esta vez son 250 los supervivientes y familiares de víctimas que han expresado el deseo de ver agonizar a McVeigh cuando por sus venas comience a circular el cóctel mortal. A ellos se suman 1.400 periodistas de todo el mundo.
Los reporteros pagarán 1.500 dólares (279.000 pesetas) por cabeza por un servicio que incluye una botella de agua, una silla de tijera, una mesa para escribir, servicio telefónico y transporte en cochecitos de golf. Pero ese servicio estará disponible en dependencias anejas a la prisión, ya que sólo 10 periodistas podrán acceder a la sala de ejecuciones. Ésta, nunca utilizada hasta ahora, es un edificio de dos alturas y sin ventanas, situado a 90 metros del cuerpo central de la penitenciaría de Indiana.
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168 muertos
Para McVeigh, que se ha opuesto a cualquier aplazamiento, habrá un menú final de su elección, siempre que no incluya alcohol y no cueste más de 20 dólares. Este ultraderechista, de 32 años, es el autor material del mayor atentado terrorista en suelo estadounidense, el que en 1995 destruyó el edificio federal Murrah de Oklahoma City. Murieron 168 personas, en lo que fue una venganza por el asalto a sangre y fuego del FBI a un rancho de iluminados en las cercanías de Waco (Tejas).
McVeigh tilda su ejecución de 'un suicidio asistido por las autoridades federales'. La suya será la primera aplicación de la pena de muerte por el Gobierno federal desde que en 1963 Victor Feguer fuera ahorcado en Fort Madison (Iowa) tras pronunciar esta frase: 'Deseo, por supuesto, que yo sea el último que se va de esta manera'. Cientos de hombres y mujeres han sido ejecutados desde entonces en el país, pero siempre por cuenta de las autoridades de los respectivos Estados. El Gobierno federal restableció la pena de muerte en su jurisdicción en 1993, bajo la presidencia de Bill Clinton, que ya la había aplicado sin escrúpulos en sus años de gobernador de Arkansas. Washington estableció entonces normas para ese ejercicio en un Protocolo de ejecuciones de 54 páginas. 'La ejecución de una persona bajo la ley federal', dice el librillo, 'debe ser efectuada de un modo eficaz y humano'. Así que McVeigh recibirá primero un producto químico para insensibilizarlo, luego otro que neutralizará sus pulmones y después un tercero que detendrá su corazón. La cosa durará entre cinco y siete minutos. McVeigh tiene planeadas sus últimas palabras. Recitará el poema decimonónico Invicto, de William Ernest Henley: 'Soy el dueño de mi destino, / soy el capitán de mi alma'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 12 de abril de 2001