Érase una vez una vaca ciega que inspiró un bello poema catalán. Tan emotivo le pareció a un escritor andaluz, que lo tradujo al castellano con indudable fidelidad.
Decía: 'Tropezando con este y aquel tronco, / caminando con tiento hacia el estanque, / llega la vaca solitaria. / Es ciega', y seguía: 'Sus hermanas, por cimas y collados, / en la paz de los prados y riberas / hacen sonar la esquila / mientras pacen hierba fresca al azar'...
Mas, ¡ay!, de un tiempo a esta parte, nuestra vaca, ciega pero no sorda, no oye ni escucha la esquila de sus hermanas.
Unos hombres, con desmesurada avaricia, las encerraron. Les hurtaron su derecho a la hierba fresca y se la trucaron por bazofia dañina. Y enfermaron.
Y pasó que, en su locura, aquellos hombres no quisieron reconocer su maldad y llamaron locas a las vacas y las sacrificaron.
Sin duda alguna, si Joan Maragall escribiera hoy este poema y José María Pemán cuidara de su traducción, leeríamos después de 'sobre las muertas pupilas parpadea': y dos tristes lágrimas se le escapan.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 13 de abril de 2001