En enero de 2000 leí un artículo publicado en su periódico, Reconciliación, sí; olvido, no, que trataba de un tema que me conmovió especialmente. Mis abuelos tuvieron que huir como muchos del país. Lo dejaron todo, excepto la esperanza de regresar a una España de libertad y democracia. Son historias de la guerra, ya lo sé, cada uno tiene la suya. Hasta 1975 nadie de mi familia pisó España, antes de ese año sólo nos quedaba el derecho a sufrir la nostalgia. Sí, lo dejaron todo en España y alguien se encargó de enterrarlo... ¿para siempre?
El tiempo ha pasado y, afortunadamente, yo puedo volver con mis hijos cada año. Pero hay algo que me duele. Somos extranjeros en España, tanto como en Francia. Este artículo, escrito por Vicenç Navarro, nos llenó de esperanza -digo 'nos' porque no soy la única-, ya que pedía el justo reconocimiento, hasta ahora negado y tomado como innecesario, a nuestros abuelos que lucharon por la democracia y la libertad que hoy disfruta casi todo el país.
Sin embargo, desde que leí estas palabras ha pasado mucho tiempo y parecen haber caído una vez más en el olvido. ¿Cuántas veces es necesario recordar que todavía están aquí lo 'hijos del olvido'? Una democracia no nace de los vencedores de un régimen totalitario como fue el franquismo, una democracia nace de los que creyeron en ella desde el principio, entre ellos, nuestros abuelos. ¿Vais a esperar a que muramos también los nietos para enterrar junto a nosotros esa parte de la historia que habéis querido olvidar? Ojalá no hubiera nada que olvidar, porque para nosotros sería menos doloroso recordar.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 18 de abril de 2001