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VISTO / OÍDO

La niña que bebe

Los periodistas tenemos un antiguo vicio, que ahora los de televisión agrandan por su facultad de enfocar lo que se debe ver: titulamos, subrayamos lo que más duele. Eso se llamó sensacionalismo, y aún se les llama así a quienes se especializan en eso, como La Razón, que, aun así, apenas vende: y es que se le nota demasiado. Todos titulamos fuerte que las adolescentes beben más. El alcohol produce en España más muertes que la droga, más que el tabaco. Una zona de la sociedad se da a esa muerte, y ahora lo sabe porque nosotros se lo repetimos todos los días. La mujer, adolescente o cuajada, se está incorporando a la sociedad de la que estaba excluida, y algunas a esa capa dura en la misma proporción que el hombre. Quizá ése sea el vigor de la noticia: que lo positivo -la igualdad- comporta lo negativo. Pero lo que evoca la noticia es el aspecto de una niña borracha, imagen profundamente desagradable. Las ilustraciones, el videoperiodismo -tomo la palabra de los reportajes de Canal +, CNN +-, muestran los chicos del viernes y el sábado, machos y hembras, bebiendo en las calles. Piedad y horror: pero el mendigo del cartón de Don Simón da asco, miedo, desprecio; y al empleado bebedor se le despide. La bebida y el tabaco son objeto de combate por la sociedad bienpensante que los produce, anuncia, propaga, tasa y vende. Y las muchachas ya no son las señoritas tímidas. Están en esto.

Los niños esclavos que se suponía que estaban en el barco apenas negrero nos inspiran fotos, titulares; y las adolescentes prostituidas. Las fotos más populares de los periódicos -este mismo- son de prostitutas semidesnudas, negras en la oscuridad. Tienen, claro, un morbo. Los guardianes de la moral se quejan de que los niños que van a respirar las vean: será mejor que las vean en televisión. Será mejor, también, que vean a los negros un poco creciditos a los que el delegado del Gobierno encierra en Fuerteventura comiéndose lo que sobre en los aviones, hacinados, aterrados: presos, se llamen como se llamen. Pero no son niños. Se recuerda que la Unicef lucha para que dejen de trabajar cientos de millones de niños en el mundo. ¿Y qué quiere que hagan? ¿Esperar un poco para atravesar a nado el río Grande, o en patera el Estrecho, o en el fondo de los camiones toda Asia?

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 18 de abril de 2001