Olivares, pueblo precioso, monumentos, colegiata y un etcétera de plata. Por dentro vean sus casas y sus interiores, son de oro, bronce y plata, frescura; glorias benditas, flores y patios de mermelada.
Su gente es maravillosa, cariñosa y entregada, todo el pueblo es un piropo con defectos, arte y gracia. Pero ¿qué contraste nos ha traído el futuro, su presente actual? Perdonadme, olivareños, pero veo a personas y políticos insensibles y apagados, que tienen el ramo de flores fatal, seco, asustado y abandonado.
En Olivares, no hay que mirar sus entradas abandonadas, rotondas de penas, avenidas mal vestidas y lloradas, desmesura hormigonera, urbanizaciones preciosas, algunas sin ser necesarias y además sin nada, sigamos con coriana secada, llantos por las talas de árboles sin amén ni palabra. Ahí va, desidia y abandono hacia las estéticas ecológicas y florales, pisoteada la belleza vegetal, varios noes a la natureleza. Plazas humilladas y con esto la espalda al pueblo. Plazas de te quito los árboles y te quedas sin nada. Plazas aniquiladas. Donde había árboles, hay dolor y coches aparcados en sus explandas. El hierro hiere y mata, mata a la vida y a la mata. Árboles secos a patadas y más y más canalladas.
¿Es que no existe un poco de sensibilidad floral en algunas personas, políticos o gobernantes de este pueblo? Aunque mejor no decir nada tampoco de la oposición, que calla y calla, que es lo suyo. Parece como si también estuviera agarrada a la guadaña.
Cuando se sale o entra en el pueblo, un olor fuerte nos embriaga, olor a cemento, ladrillo, hormigón y grava. ¡Qué desilusión! Lo bueno es que hay trabajo y lo malo que no huele a nardo. Calles anchas y preciosas, sin árboles ni flores.
De noche se ve todo el pueblo de Olivares iluminado. Farolas a gogó. A falta del agua, se han sembrado hierros con luz para que alumbren en la oscuridad lo que no veíamos: las lágrimas de un pueblo abandonado.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 19 de abril de 2001