Imágenes
Las imágenes del atasco en la desbandada de Semana Santa ¿no son parecidas a la solemnidad de los pasos procesionales, incluso en su velocidad de parsimonia y en el carácter oscilante de su desplazamiento? Uno de esos días retransmitían una procesión nocturna de Orihuela, con los cirios enhiestos ensombreciendo la escasa luz de las farolas, en una toma de cámara que venía a ser idéntica a la del cambio de rasante en curva que a continuación nos informa de los accidentes de tráfico. La semiología, esa ciencia ahora inexistente salvo en la eficacia de algunos espacios de publicidad, debería ocuparse de estas similitudes de bachillerato. Seguro que un Umberto Eco invitado por Rita Barberá a propósito de los preparativos del IV Milenio tendría más cosas que decir sobre ese desdichado asunto que sobre el despegue de las industrias de celulosa a cuenta de la creciente afición de la población china a enjugarse el ano a la manera occidental.
Curarse en salud
Son estupendas las páginas de salud de la prensa diaria, tan llenas de sensatos consejos sobre disturbios tales como el meteorismo, el estrés o la práctica del sexo en la tercera edad. Muy amenas, amén de instructivas. A poco que el lector se tome en serio tal proliferación de cuidados, tentado estará de acudir al ambulatorio más próximo a fin de recibir orientación sobre la mejor manera de tratar lo suyo, sobre todo cuando esas páginas acostumbran a insistir en que detrás de una afección de apariencia leve puede agazaparse una dolencia grave. El médico generalista no sólo lo despachará en cinco minutos, sino que además tiene instrucciones de andar con pies de plomo a la hora de remitir el paciente al especialista. ¿La hipótesis? Que las molestias menores susceptibles de enmascarar algo más serio pueden estar acabando en silencio con la mitad más uno de la población sana.
La mona de la megafonía virtual
Siempre me ha emocionado el Domingo de Pascua Florida, así que exultante ante la posibilidad de disfrutarlo con mi hija tomo un tren hacia Castellón, que está algo más cerca que París, y a los diez minutos de la partida nos detenemos en plena huerta, entre la Fonteta de Sant Lluís y El Cabanyal. Pasan los minutos. El revisor ha desaparecido. Pasa media hora, y otra media hora pasó. Nadie explica nada. Tirados en mitad de la huerta, cuando ya deberíamos estar en la bella capital de La Plana según el horario previsto. Decido bajarme por el terraplén, alcanzar el extrarradio de la ciudad para localizar una cabina telefónica. Me sigue un loco inofensivo pero tan parlanchín como engorroso, persuadido de que todo esto se debe a un complot de la CIA. Atravieso acequias, cañaverales y cultivos de alcachofas, vislumbro a lo lejos la silueta de una cabina, hablo con los que me esperan ya en la estación de destino, y cuando hago un resumen de lo que pasa, cuelgo a tiempo de escuchar por la megafonía de allá que el tren que veo todavía parado entre las coles hace en este mismo instante su entrada en Castellón.
Más o menos un club
Como ocurre con toda persona de provecho, un club de fútbol debe tener su identidad bien establecida si quiere funcionar sin altibajos. Pero la cosa se complica si se repara en que la identidad del club se cifra en el número de sus aspiraciones, de modo que no es infrecuente que desdeñe preservar sus señas en nombre de sus muchos objetivos. La apelación al origen, que es siempre un mal resumen del pasado, y la localización toponímica permiten todavía la identificación de los seguidores con algo que tal vez no existe ya más que en la eficacia ilusoria de las emociones. Es, en cualquier caso, un avance del progreso que no importe mucho la nacionalidad del que cuela goles o de los que los evitan, siempre que hagan de temporeros del club que uno prefiere. Quizás un ejemplo también para poetas de la experiencia, ensayistas doloridos y políticos de periferia.
¿Shakespeare, andrógino?
Cortos de ideas deben de andar los expertos en el autor inglés reunidos en congreso mundial cuando al profesor Conejero le da por soltar trivialidades sin cuento en su presentación. Shakespeare habría sido un adelantado a nuestro siglo en la difuminación de las conductas de género. ¿Y eso por qué? Porque se le atribuye al dramaturgo una defensa de lo andrógino. Vaya por Dios. ¿Andrógino Macbeth y sus muy masculinas atrocidades? ¿Acaso puede dudarse de la predominancia de rasgos reciamente masculinos en la conducta de Ricardo III? ¿El rey Lear, padre muy probablemente incestuoso, no es un anciano claramente varonil en la trifulca con sus hijas? Misterio bufo de la intertextualidad contemporánea, esa grosería de advenedizo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 23 de abril de 2001