Hoy he salido de trabajar y me he dirigido, como cada día, a la plaza de Castilla a recoger a mi marido para volver juntos a casa. Es un trayecto que habitualmente recorro en 10 o 15 minutos. Hoy he tardado una hora.
Ya de camino hacia casa, él observa (yo conducía) que todos los accesos a la Castellana y a la carretera de Colmenar (ambas en dirección entrada a Madrid) están cortados por agentes de la policía, y también observa una tremenda fila de coches parados en cada uno de estos accesos cortados.
Finalmente, pasa una comitiva, escolta, cochazo, etcétera, y por fin dejan pasar a los sufridos conductores.
¿Qué pasaba? Pues nada menos que Su Majestad, que iba al fútbol.
¿Se habrá parado a pensar Su Majestad la cantidad de gente que hoy ha llegado tarde a sus destinos porque él ha ido al fútbol en coche? ¿Habrá calculado cuántos de sus súbditos, por su culpa, no han llegado hoy a sus casas a tiempo para ver el dichoso partido?
Estoy segura de que no. De lo contrario, Su Majestad no lo habría consentido. Quiero creer que es así. Por cierto, a mí no me gusta el fútbol.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 24 de abril de 2001