No son las lenguas las que hacen daño, sino los hombres que las empuñan como espadas para someter a otros hombres. El republicano infiltrado que redactó el controvertido discurso real tiene que saberlo bien: que 'la vieja lengua de Castilla, que permite a un campesino del altiplano de los Andes expresarse con palabras justas y certeras donde resuenan los viejos modos de la edad de oro de España' (el monarca dixit), sigue siendo, en el altiplano y en muchos otros lugares de nuestras Américas (nuestras por cariño, pero también porque las poseímos), un instrumento de exclusión. Pues las patrias criollas que dejamos a nuestro paso, consumada la absorción, se han cuidado muy mucho de que la lengua que sirve para reivindicar los propios derechos no llegue, en la mayoría de los casos, a quienes más la necesitan.
No hace falta irse a América para comprobarlo, y no me refiero a los ya muy documentados casos de la represión franquista (y anterior, incluso) contra nuestras otras lenguas. Ahí tienen el caso del muchacho de 15 años a quien la recta actitud del juez Emilio Calatayud, de Granada, ha abierto la puerta de nuestro alfabeto, la puerta de la lectura y la madurez mental. Ese chico, que delinquió, no tenía lengua. Había sido excluido del castellano, y castigar su falta haciendo que aprendiera a leer y escribir constituye la mejor manera de restituirle 'parte de lo que la sociedad le quitó', como explicó ayer el propio juez a Iñaki Gabilondo, en una entrevista emocionante.
Me atrevo a decir que el caso de este chaval que ya se maneja con las primeras lecturas ha sido el broche más digno y conmovedor a las celebraciones del Día del Libro, tan sobradas de pompas y vanidades, de cifras y de éxitos. El excluido de la sociedad y de la lengua ya se levanta sobre sus dos pies y, aunque la lucha que tiene por delante es todavía ímproba, ahora, al menos, sabrá ponerle nombre a las dificultades que le esperan.
Que vienen de los hombres. De los que le quitaron la lengua, entre otras cosas, y que son tan culpables como aquellos que pretenden que quienes vienen de fuera y piden pan lo hagan en el idioma del que lo fabrica.
Pero las lenguas solas son hermosas y necesarias. E inocentes.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 26 de abril de 2001