La personalidad de Sarrià se diluye bajo la presión de las constructoras y el escaso interés de nuestros representantes. El último atentado a la vida vecinal es el cierre del teatro parroquial por la denuncia de una sola vecina que ha conseguido de unos jueces lo que no logran cientos de denuncias en otros casos de flagrante ilegalidad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 28 de abril de 2001