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COLUMNA

Encrucijada

En los ascensores y pasillos de Génova, 13, el madrileño cuartel general del PP, ya se insinúa en alto lo que hace tiempo susurra el alrededor de Eduardo Zaplana. Se proclama, con un inmediato eco orgánico, la conveniencia para el partido de que el presidente de la Generalitat repita como candidato en las elecciones autonómicas de 2003, puesto que es su activo más importante en esta tierra y constituye una garantía electoral. Y así es, a tenor de los datos. La única dificultad estribaría en cómo atenuar primero y desactivar después la promesa hecha por Zaplana de no permanecer más de dos legislaturas en la presidencia del Consell. Lo cual, habilitando un contexto de imperativos máximos, con una insistente exaltación de coros y la oportuna inflamación de la llamada del deber, tampoco debe resultar demasiado complicado. Sin embargo, Zaplana no comparte este cómodo destino, y en más de una ocasión lo ha hecho notar. Por una parte, su promesa, que no fue otra cosa que seguidismo provincial de la determinación adoptada por José María Aznar, quedaría reducida a papel mojado, con el consiguiente mordisco en su crédito personal. Y por la otra, tras una ascendente carrera autonómica culminada con la mayoría absoluta, tendría que exponerse a una nueva prueba electoral que, de no repetir resultado, puede deslucir su expediente. No es lo mismo salir del Consell en la ventajosa coyuntura estadística de esta legislatura, con las tracas finales de las inauguraciones pendientes y acaso el mérito del parche civil de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, que arriesgarse a las servidumbres de una mayoría simple con el ciclo de fuegos artificiales agotado. La opción de pasar la próxima legislatura lo más lejos posible -de aquí, de Madrid- es la que mayor atractivo encierra para Zaplana, ya que le permite mantener sus expectativas personales al rojo vivo. A pesar de que este melón no se abrirá oficialmente hasta el otoño del año 2, no cesa de gotear y su rastro apunta a que Zaplana acabará incumpliendo su compromiso. Aunque quizá quien tenga que decidir su futuro siempre le deje la salida de introducir la promesa -otra- de ser presidente sólo hasta las elecciones europeas o generales.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 28 de abril de 2001