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Crítica:'PAN Y TOROS' | ZARZUELA

Delicada papeleta

La zarzuela se ha convertido en la papeleta más delicada de la programación del Teatro de la Zarzuela. Este aparente contrasentido puede derivar de algo equivalente a lo que en términos futbolísticos se denomina miedo escénico, debido fundamentalmente a la asunción por el coliseo de la calle Jovellanos de ser el máximo guardián de las esencias del género lírico español por antonomasia, frente al espíritu aficionado que pulula por las decenas de compañías desperdigadas por toda la geografía que hacen lo que pueden con tres perras gordas. Es un problema de exceso de responsabilidad, sí, pero también de criterio artístico, como se puede comprobar en Pan y toros, una zarzuela con una música lozana e imaginativa y un agudo libreto que mantiene resonancias actuales en su combinación costumbrista de conspiradores, zancadillas políticas, calumnias, manolas y toreros.

La fórmula musicología más teatro es evidentemente necesaria. Aquí se limita a la publicación de una edición crítica, pues la segunda parte de la suma se queda a dos velas. Por el teatro y, también, por la prestación musical. La dirección teatral es un ejemplo de ineficacia a la hora de contar con claridad una historia, a lo que se añade una dirección de actores ridícula de puro vieja; la escenografía no ayuda con su simplismo; el vestuario cae a veces en el ridículo pretencioso y pedante (las faldas transparentes de diseño, ay) y la coreografía coquetea con el topicazo. Mala cosa para un texto lúcido, que cuando se entiende (raras veces: con Luis Álvarez, por ejemplo) es muy sabroso.

Josep Pons se siente más cómodo cuando acerca la música de Barbieri a la influencia de Rossini y Donizetti. Es un buen director, pero la zarzuela no es su mundo: le falta garbo, le sobra refinamiento. Los cantantes están apagados y muchos de ellos también son buenos cantantes. Inexplicable. El coro, en fin, mejor correr un tupido velo.

Con todo ello, la representación desemboca en el tedio y hace un flaco favor al esfuerzo por considerar la zarzuela algo más que la pariente pobre de la ópera. En el último Barbieri aquí, El barberillo de Lavapiés, se vislumbraron soluciones para un tratamiento moderno del género. Con Pan y toros se da un paso atrás. Esta impresión no fue refrendada por el público, que aplaudió al final con ganas a todos los participantes.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 28 de abril de 2001