He leído las declaraciones de mi tocayo José Luis Lizundia (El PAÍS, 22 de abril de 2001) y echo de menos en ellas muchísimas cosas, a pesar de la extensión de la entrevista publicada. Falta cualquier consideración de lo que pensemos los erdeldunes, aunque seamos el 80/90% de la población, como es el caso de Navarra. Sólo se acuerda de nosotros para pedirnos más aportación y más eco para la cultura vascófona, aunque 'algunos no se quieren enterar' de ella.
Hace falta desfachatez para ironizar a costa de los que a diario somos acosados, amenazados, forzados al exilio precisamente a manos de los que nos acusan de escaso fervor patriótico-cultural.
Salta a la vista la diferencia entre la Feria del Libro de Durango y la librería Lagun. Como si no tuviéramos hasta en la sopa las famosas señas de identidad nacionalista, ya respondan a tradiciones genuinas o pastiches recién inventados (más frecuentemente lo segundo).
No se queje de que esté instrumentalizada la lengua vasca: el idioma es por naturaleza un medio de comunicación, no un fin en sí mismo.
Lo penoso es que habéis convertido en instrumentos a la gran mayoría de las personas, y ciudadanos de este país, cuyos derechos se sacrifican en aras del bien de la lengua, sin más opción que obedecer las obligaciones que se nos imponen con el respaldo último de la violencia.
Decía su colega de institución Villasante que 'la lengua está hecha para el hombre y no el hombre para la lengua'. 'Téngalo presente'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 1 de mayo de 2001