Mataró, mi ciudad, ha sido siempre lugar de acogida. Ahora parece dar una imagen distinta con la entrega de 7.000 firmas de ciudadanos al Ayuntamiento -según leo en EL PAÍS- en contra de que los emigrantes musulmanes en el barrio de La Habana pueden erigir una mezquita. Hace más de 25 años que nacieron las asociaciones de vecinos en Mataró como herramienta de integración entre catalanes y emigrantes frente al franquismo. Han sido un modelo de integración. Ahora, una asociación -la de mi barrio de La Habana- da cobijo a actitudes xenófobas y racistas. Este es el camino contrario que, a mi entender, deberían seguir las actuales asociaciones de vecinos. Éstas deberían ser, entre otras cosas, un lugar de integración, de puente, entre los emigrantes, la sociedad y la Administración. Los hijos y nietos de estos emigrantes son parte del futuro de nuestra población. Su marginación es lo peor que puede hacerse. Por suerte, otras asociaciones de vecinos de Mataró no siguen este juego excluyente. El Ayuntamiento y su concejalía de Igualdad y Solidaridad no debe dejarse llevar por un puñado de firmas que no representan el sentir general.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 3 de mayo de 2001