Sin Guardiola, que cumplía ayer sanción, y sin Rivaldo, lesionado a los 20 minutos por unas leves molestias en la cadera, el Barça se quedó huérfano de líderes en el Estadio Olímpico de Montjuïc. El brazalete de capitán lo acabó luciendo Luis Enrique. El Barça ya no cumple ni tan siquiera las normas no escritas del fútbol: el revulsivo del nuevo entrenador no le ha servido de gran cosa. Hace una semana empató ante el Celta en el Camp Nou y ayer hizo lo propio ante el Espanyol. Los azulgrana no dieron anoche síntomas de mejoría respecto a sus últimas semanas: pasaron desapercibidos en la primera parte y sólo reaccionaron en la segunda. Las noticias que recibía tampoco eran, además, demasiado alentadoras: el Valencia afianzó con su victoria por 1-2 en Anoeta la tercera plaza de la Liga -suma 59 puntos- y el Celta consolidó la sexta -tiene 51- ganando al Real Madrid.
Quizá no pudo ser de otra forma: el Barça llegó deprimido al derby de Montjuïc y el paisaje le dio la razón. Poco antes del partido, llovió con insistencia en Barcelona e incluso hubo momentos en que se llegó a temer por la disputa del encuentro. Pero el mal tiempo se calmó en cuanto el árbitro permitió que corriera el balón. La lluvia, sin embargo, no impidió que, con casi 30.000 espectadores, Montjuïc igualara la mejor entrada de la temporada registrada en diciembre en el partido ante el Madrid. Joan Gaspart, el presidente del Barça, volvió al palco tras serle retirada por el Espanyol la condición de persona no grata. Pero la cordialidad no evitó que hubiera incidentes: un policía sufrió lesiones leves al arrojarse al césped una bengala. Y, sobre el campo, Kluivert, en un gesto provocador, simuló dar un cabezazo a Rochten. El reparto de puntos -unos querían acercarse a la Liga de Campeones y otro a la UEFA- no contentó a nadie.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 6 de mayo de 2001