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FÚTBOL | La resaca de la jornada

Depresión en Bilbao

La derrota del Athletic en Oviedo revela, por gruesa y casi esperada, el estado de un equipo que ha perdido, o está a punto de hacerlo, los valores que le hicieron admirable. Nada ayuda a un club que está desorientado, víctima de factores internos y externos. Entre estos figura el desaliento que se ha generado en la sociedad vasca por una situación aberrante que impide la normalidad. El Athletic, una institución centenaria que esponja muchos de los anhelos y de las frustraciones que se viven a su alrededor, no es impermeable al pesimismo que se observa en Euskadi. En un país presidido por el temor y la infelicidad cuesta creer que su principal equipo sea valeroso y feliz. Consciente o inconscientemente, el Athletic reproduce en el fútbol lo que sucede en la calle.

En una época de depresión, el Athletic es un equipo deprimido. Lo está porque no le ayudan las condiciones ambientales, y también porque no encuentra su razón de ser en este fútbol cambiante. Nunca ha sido fácil la vida de un club singular, sujeto a limitaciones que el propio Athletic se ha impuesto con la aprobación de sus seguidores. Sin embargo, la historia ha demostrado que durante décadas la singularidad -la estricta política de cantera- le hizo fuerte. El club, los jugadores y los hinchas interpretaban aquello como un desafío que exigía compromiso y coraje a partes iguales.

El Athletic ha ganado Ligas y Copas en circunstancias que cuesta imaginar. Ganó un doblete cuando el Madrid tenía a Di Stéfano y la lujosa nómina de extranjeros y nacionales que le convirtieron en el mejor equipo de la historia. Más o menos en la misma época en la que el Barcelona contaba con Kubala y varios de los mejores del mundo. Tiempo después volvió a ganar títulos frente al Barça de Schuster y Maradona o el Madrid de Stielike y compañía. El Athletic creía en su peculiar identidad y no pedía excusas por ello. En estos momentos, sí.

Aquello que le hizo fuerte le ha vuelto ahora débil. El Athletic es un club sin convicciones y con la identidad lastimada por esa especie de panvasquismo que consiste en rapiñar jugadores de la Real y Osasuna. Esa política ha sido nefasta para el equipo, que sólo ha encontrado mensajes negativos a su alrededor. Para Lezama, el viejo semillero de jugadores, ha resultado devastador, aunque no tanto como espigar en la confusión y proclamar que el Athletic es el segundo equipo con más jugadores en Primera, 28 concretamente, los mismos que el Barça y sólo detrás del Madrid.

Lezama ha dejado de ser una prioridad para los dirigentes del Athletic, para convertirlo en una excusa. El problema está en otra parte: en la incoherencia que supone contar casi con tantos jugadores de Osasuna como el propio Osasuna -o de la Real-, en la falta de un proyecto que busque un lugar al Athletic en el siglo XXI, en el abandono de la orgullosa manera de interpretar una singularidad que ahora sólo sirve como coartada para justificar catástrofes como la del Camp Nou o la de Oviedo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 8 de mayo de 2001