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COLUMNA

Mentiras

Quizá nos quede siempre la duda de saber si Alfonso Estrada, el muchacho que encontró la muerte el pasado lunes en la biblioteca municipal de Sagunto, tenía vocación de suicida o simplemente trataba de quemar los últimos cartuchos de su desesperación llamando la atención de los presentes. Sea como fuere, lo único cierto es que perdió la vida abatido por un disparo de los GEO y dejó la responsabilidad de su infortunio en manos de los otros. Sucede a veces. Aquella mañana, Alfonso debió llegar al límite de lo soportable: la minusvalía que arrastraba desde aquel fatal accidente, el paro siempre injusto pese a sus amplios conocimientos de robótica, y sobre todo ella, la muchacha que hace dos meses decidió dejarle con el mismo derecho con que le pudo haber querido.

La vida es muchas veces así de desproporcionada, y un desequilibrio emocional que pudo haber quedado en una reprimenda por desorden público, se convirtió en tragedia sin remedio. Pero los desgarros de amor son traicioneros. Cicatrizan muy mal y en algunos casos la herida permanece y no se cierra nunca, permitiendo que por ella se escapen los últimos vestigios de razón. Quizá por eso, imitando los grandes dramas literarios, Alfonso se levantó aquella mañana con la pócima dispuesta: un líquido abrasivo que amenazó con ingerir. Pero quién sabe. Apoyado en su muleta fue a su encuentro, la biblioteca donde su antigua novia trabajaba como becaria. No iba solo. Reforzaba la inseguridad de sus actos con un arma que desenfundó nada más penetrar en el local. Pero todo era mentira. Quizá todo fue una gran mentira. La pistola, por ejemplo, falsa como un duro de madera. El chantaje afectivo para que las cosas cambiaran. Y de repente, el pánico. Gentes que huyen hasta dejarlo solo tras el mostrador. Y él que dispara a nadie y contra nada. Con el fogueo de la rabia. Pero ellos curiosamente no lo saben. Ellos cargan y apuntan. Y él cae y se quiebra con la última calada del cigarro, abatido. Y la mentira se cumple como en las grandes pasiones. Tan injusto todo. Tan desmesurado por un gesto de amor que pudo resolverse con palabras.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 10 de mayo de 2001