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A punto de vapuleo

Maragall es un político con una acreditada eficacia como gestor. Y como dirigente, porque tirios y troyanos le reconocen un olfato político y una coherencia que le ha llevado a mantener sus posiciones incluso en momentos en que la coyuntura parece aconsejar abandonarlas. Es lo que ha sucedido, por ejemplo, con su defensa del diálogo entre nacionalistas y no nacionalistas como condición insoslayable para avanzar en la pacificación de Euskadi.

Pero Dios no le ha llamado a ser un polemista parlamentario. Ayer se demostró de nuevo, a propósito de la pregunta que formuló a Jordi Pujol sobre las repercusiones de las elecciones vascas en Cataluña. No es la primera vez que Pujol está a punto de vapulearle, y si ayer no culminó el lance sólo fue porque en el debate se introdujo el factor terrorismo y ahí el presidente de la Generalitat tuvo que frenar.

Maragall es brillante cuando habla ante auditorios que le admiran, cosa que le sucede con frecuencia. Y si son reducidos, llega a encandilar. Pero lleva mal que le contradigan. Es decir, se le resiste la esencia del debate parlamentario.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 17 de mayo de 2001